domingo, 25 de agosto de 2013

Nunca es tarde para redimirse
Cambio de guardia
§ Dejó atrás el vicio y los placeres para entregarse a una felicidad integral.
§ Quiere cambiar el traje verde por uno espiritual.



El centro de Lima congrega a muchos personajes peculiares. Unos hacen ademanes para poder captar la atención de la gente y así poder ganar unos cuantos centavos, otros sin embargo, deben soportar la crudeza del día por que el oficio lo manda.

Todo un juego de ajedrez plasmado en la realidad. Si nos detenemos a observar detenidamente, caemos en la cuenta de que el resguardo que rodea al Palacio de Gobierno, cumple las veces de un peón en el juego. Esta analogía no sólo implica el aspecto externo, pues, si hablamos de funciones oficiales, La Policía de Asalto se lleva los créditos de protección total.

Cuenta la leyenda que, una vez, existió un héroe entre ellos. Era una época en donde los golpes de estado se hacían sentir en el país y la protección de gobiernos democráticos era arriesgada. Hasta que un día sucedió. Un grupo de militares intentó posesionarse del palacio y arremeter con fuerza para hacer cumplir su ley. Sin embargo, el capitán de la guardia civil, que estaba al mando del resguardo en ese instante, ordenó fusilar a todos los militares que querían sublevarse. Y  así, murió en su ley.

“Bueno, en la época de Toledo, cuando hizo el famoso cuatro suyos, eso era incontenible. Vinieron cerca de diez, quince cuadras de gente. A nosotros, los que estábamos acá, lo único que nos quedó fue decir: adelante”, refiere el comandante Paredes, exaltando con resignación el no poder terminar como el anterior héroe en cuestión.

Señala el arma que lleva en su hombro, un rifle para ser más específicos, y recalca que treinta tiros no eran suficientes para más de cinco mil personas. Quizás, en acto de excusarse ante su sensata timidez.
Lleva treinta y nueve años como policía y admite haber cometido muchos errores en su vida. Entre ellos rescata el haber metido droga a un sujeto con el fin de tener una excusa para capturarlo.

“Antes me dedicaba al trago, al robo, a la extorsión, a un montón de cosas, hacía abuso del poder, que ahora yo quiero revertir por que esto no puede ser así”, manifiesta, con una expresión que refleja un arrepentimiento que ha sido aceptado hace ya un buen tiempo.

¿Quién lo condujo a cambiar radicalmente? Fue una señora que ni siquiera lo conocía. Un día agobiado por sus problemas, le contó toda su vida. Y en vez de decir “ay, no llores”, esta persona le predicó las palabras claves que lo llevarían a ser como el día de hoy.  Bastó un “deja de llorar, entrega tu vida a Dios” para que hoy en día cumpliera tres años siguiendo la doctrina de la sagrada escritura.

Es peculiar escuchar hablar a un cristiano, pues generalmente, por no decir siempre, se expresan con entusiasmo al hablar de sus experiencias y su encuentro con Dios. Se llenan de regocijo cuando formamos parte de su alabanza por que, como dicta el señor Paredes: “Ahorita yo no hablo, habla Dios.”

Este era el caso. El guardián de palacio ahora se había convertido en un predicador. Su voz se acentuaba con cada palabra, se notaba la excitación que le producía hablar del Señor. Sus ojos eran brillosos, habían perdido ese vacío de hace media hora.


Entonces con alegría cuenta que pronto dejará el traje verde que lleva por más de tres décadas. Ha hablado con su pastor, que para los católicos es como si habláramos del sacerdote, un predicador. Y manifiesta su cambio de hábito. Dentro de tres o cuatro años deja todo atrás para iniciar su vida como un nuevo pastor.

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