Nunca es tarde para redimirse
Cambio
de guardia
§ Dejó atrás el
vicio y los placeres para entregarse a una felicidad integral.
§ Quiere
cambiar el traje verde por uno espiritual.
El centro de Lima congrega a muchos
personajes peculiares. Unos hacen ademanes para poder captar la atención de la
gente y así poder ganar unos cuantos centavos, otros sin embargo, deben
soportar la crudeza del día por que el oficio lo manda.
Todo un juego de ajedrez plasmado en
la realidad. Si nos detenemos a observar detenidamente, caemos en la cuenta de
que el resguardo que rodea al Palacio de Gobierno, cumple las veces de un peón
en el juego. Esta analogía no sólo implica el aspecto externo, pues, si
hablamos de funciones oficiales, La
Policía de Asalto se lleva los créditos de protección total.
Cuenta la leyenda que, una vez,
existió un héroe entre ellos. Era una época en donde los golpes de estado se
hacían sentir en el país y la protección de gobiernos democráticos era
arriesgada. Hasta que un día sucedió. Un grupo de militares intentó
posesionarse del palacio y arremeter con fuerza para hacer cumplir su ley. Sin
embargo, el capitán de la guardia civil, que estaba al mando del resguardo en
ese instante, ordenó fusilar a todos los militares que querían sublevarse. Y así, murió en su ley.
“Bueno, en la época de Toledo, cuando
hizo el famoso cuatro suyos, eso era incontenible. Vinieron cerca de diez,
quince cuadras de gente. A nosotros, los que estábamos acá, lo único que nos
quedó fue decir: adelante”, refiere el comandante Paredes, exaltando con
resignación el no poder terminar como el anterior héroe en cuestión.
Señala el arma que lleva en su hombro,
un rifle para ser más específicos, y recalca que treinta tiros no eran
suficientes para más de cinco mil personas. Quizás, en acto de excusarse ante
su sensata timidez.
Lleva treinta y nueve años como
policía y admite haber cometido muchos errores en su vida. Entre ellos rescata
el haber metido droga a un sujeto con el fin de tener una excusa para
capturarlo.
“Antes me dedicaba al trago, al robo, a la
extorsión, a un montón de cosas, hacía abuso del poder, que ahora yo quiero
revertir por que esto no puede ser así”, manifiesta, con una expresión que
refleja un arrepentimiento que ha sido aceptado hace ya un buen tiempo.
¿Quién lo condujo a cambiar
radicalmente? Fue una señora que ni siquiera lo conocía. Un día agobiado por
sus problemas, le contó toda su vida. Y en vez de decir “ay, no llores”, esta
persona le predicó las palabras claves que lo llevarían a ser como el día de
hoy. Bastó un “deja de llorar, entrega
tu vida a Dios” para que hoy en día cumpliera tres años siguiendo la doctrina
de la sagrada escritura.
Es peculiar escuchar hablar a un
cristiano, pues generalmente, por no decir siempre, se expresan con entusiasmo
al hablar de sus experiencias y su encuentro con Dios. Se llenan de regocijo
cuando formamos parte de su alabanza por que, como dicta el señor Paredes:
“Ahorita yo no hablo, habla Dios.”
Este era el caso. El guardián de palacio
ahora se había convertido en un predicador. Su voz se acentuaba con cada
palabra, se notaba la excitación que le producía hablar del Señor. Sus ojos
eran brillosos, habían perdido ese vacío de hace media hora.
Entonces con alegría cuenta que pronto
dejará el traje verde que lleva por más de tres décadas. Ha hablado con su
pastor, que para los católicos es como si habláramos del sacerdote, un
predicador. Y manifiesta su cambio de hábito. Dentro de tres o cuatro años deja
todo atrás para iniciar su vida como un nuevo pastor.
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